Una antigua leyenda



Una antigua leyenda


Autor: Javier Tomeo



Hace miles de años, se inventó en India un juego llamado chaturanga. Este juego, con algunas modificaciones, es el ajedrez que conocemos ahora. 

¡Esta es su historia!

Un soberano hindú trataba muy mal a sus soldados y a su pueblo. Un sabio de la corte, que había sido maestro del soberano, inventó un juego con el fin de enseñar al monarca a respetar y a tratar bien a sus súbditos.


En el juego chaturanga o ajedrez, el rey –a pesar de ser la pieza más importante– no puede hacer nada sin la ayuda de las demás piezas. El rey depende del resto de piezas de su ejército, que son los que lo defienden de los ataques del enemigo y, a la vez, atacan al ejército enemigo.


Esto era lo que el sabio quería demostrar al monarca: que sin la ayuda de su ejército y de su pueblo, el rey no era nadie; es decir, no tenía ningún poder.


El sabio llevó el juego ante el monarca y le explicó las reglas. El rey prometió que no volvería a maltratar a nadie de su pueblo. Como recompensa, el monarca le dijo al sabio que le concedería lo que le pidiese.


El sabio quiso dar una nueva lección al monarca y le pidió como recompensa el trigo que pudiera colocar en el tablero del ajedrez, pero debía seguir la siguiente regla:


El soberano debía colocar un grano de trigo en la primera casilla del tablero, dos granos en la segunda casilla, cuatro en la tercera, ocho en la cuarta... y así, hasta llegar a la casilla número 64, última casilla del tablero. Es decir, cada casilla debía tener el doble de granos de trigo que hubiera en la casilla anterior. La suma total de los granos de trigo sería la cantidad de trigo que el sabio se llevaría como recompensa.


El soberano se echó a reír; creía que su maestro pedía una recompensa muy pequeña y mandó a que le llevaran un saco de trigo. Pensaba que con un saco tendría suficiente trigo para pagar al sabio, puesto que el tablero solo tenía 64 casillas.


¡Pero qué equivocado estaba el rey! Porque después de hacer cálculos, resultó que todo el trigo de su país no era suficiente para recompensar al sabio.


De esta forma, el sabio dio una inolvidable lección a su soberano. El rey comprendió que su maestro le acababa de demostrar que ofrecer recompensas a veces, es arriesgado.





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